A dónde vamos
Cada día que pasa resulta más indispensable al hombre poder ubicarse conscientemente ante el destino común de la humanidad.
Cada día que pasa, además, esta necesidad es de satisfacción más difícil: la especie humana avanza espectacularmente, en tanto el hombre común se encuentra cada vez más lejos de sí mismo, confundido entre la multitud, sin tiempo y sin preparación para elaborar y poner en juego su individualidad.
Cada día que pasa, por consiguiente, se hace mayor la responsabilidad del educador del que se esperan las acciones indispensables que ayudan al joven a encontrar su camino, un camino en que la autenticidad de las vivencias no esté reñida con la solidaridad de las actitudes.
En un mundo donde cada vez se acentúan los problemas y donde cada solución provoca generalmente oleadas de nuevas dificultades o interrogantes, la educación adecuada del hombre se convierte en la primera necesidad de cada individuo, de cada cultura y de la civilización entera, Atender ampliamente esta necesidad es obligación de los maestros, de los gobiernos y de los pueblos.
En el último cuarto de siglo, los maestros rurales de Uruguay nos hemos visto enfrentados a un doble problema: el que plantean los niños sin escuela y el que presentan los jóvenes, las mujeres y los hombres que habiendo asistido a la escuela no recibieron de ella, ni de sus familias, ni de la sociedad toda, los elementos indispensables para alcanzar el bienestar material y la dignidad humana.
Indudablemente, en su experiencia personal solitaria, y colectivamente, en sus congresos cada vez más frecuentes y fructíferos, los maestros rurales de este país nos hemos preguntado las razones del evidente fracaso cuantitativo y cualitativo de la escuela rural. Fracaso cuantitativo, en cuanto sólo una ínfima minoría de niños en edad escolar alcanzan el sexto año primario, en lo que la sociedad viola los preceptos constitucionales y las declaraciones de validez universal y conspira abiertamente contra el destino individual de los futuros ciudadanos y el destino colectivo de la nación. Fracaso cualitativo, en cuanto para la generalidad de los alumnos de la escuela rural, la instrucción primaria resulta pobre instrumento que no alcanza a desarrollar capacidades que conduzcan al pleno dominio de los recursos naturales, al esfuerzo solidario a favor de la reconstrucción social, ni siquiera al goce de los bienes más preciados de la cultura universal.
El estudio, por momentos apasionado y siempre angustiado de esta frustración de la educación del pueblo campesino, logró su primer gran objetivo cuando en 1949 las autoridades de la enseñanza primaria recogieron esta inquietud, dando aprobación a un programa escolar rural decididamente tendido a ser de la escuela algo más que un aula. El aporte esclarecedor y más sistemático que posteriormente llegó de los organismos internacionales creados para afrontar los problemas de la educación con sentido de revolucionaria empresa mundial, permitió a grupos cada vez más numerosos de maestros tomar como punto de partida de su trabajo un concepto nuevo, el de “educación rural”.
Tal como lo sentimos en esta tierra y en este momento, dicho concepto nos permite ver la tarea del maestro rural como una contribución inexcusable a la suerte de la comunidad rural como un todo.
Si la escuela es la “casa del pueblo”, como lo pide el programa actual, el maestro es un “hombre del pueblo”, llamado por su profesión a estimular las fuerzas grandes o pequeñas de este pueblo, educándolo con equilibrio de abnegación y técnica, para la conquista de la plenitud y la felicidad.
Y como la felicidad solamente existe cuando hombres y mujeres lo sienten plenamente, sin injustas limitaciones, cada vez más la educación es entendida entre nosotros como un compromiso integral con las necesidades del hombre, como una capacidad polivalente para enfrentar todos los problemas, con vistas a la integración individual y a la integración social.
Por eso la educación no rehuye el contacto con los problemas económicos, ni los de la salud, ni los de la vida familiar o cívica. Reconocida la unidad del ser humano y su inevitable engarce en la vida colectiva, la educación tiene en alto grado la responsabilidad de crear en los jóvenes, que son sus beneficiarios naturales, y en los adultos, para los que ella nunca llega demasiado tarde, las actitudes y destrezas que los lleven a la satisfacción plena y armónica de sus necesidades.
Tarea inmensa, vieja y siempre renovada tarea de maestros, que en estrecha solidaridad con otros profesionales, con nuestro pueblo y con nosotros mismos, venimos recorriendo este camino de la educación rural, cuyos orígenes se pierden en la acción de pioneros, cuyos trechos futuros apuntan, en forma imprecisa pero cada vez más firme, hacia una sociedad sin miseria, sin miedo, sin ignorancia.
Entre tantos esfuerzos aplicados con diversa dimensión y suerte a esta tarea, el Instituto Cooperativo de Educación Rural no es más que un imprevisto y modesto participante. Y esta publicación que hoy nace, con tanta dificultad como esperanza, sólo aspira a ser para este movimiento, cada vez más consciente y más vasto, un portavoz, un nexo, un rumbo.
1961/9/01