La casa natal
Aquella “casa grande, de piedra, con galpones en cuadro” (1) fue el hogar primero de Homero Grillo, el de sus recuerdos más remotos: el almacén con su vieja reja asociada a la inquietud que adivinaba en los mayores cuando alguien llegaba en el sosiego de la noche y el padre tenía que salir rodeado de los cuidados y las oraciones de la familia desvelada.
Tiempo de revoluciones
Seguían siendo tiempos difíciles para la vida del país. La revolución de 1904 había quedado atrás pero no sus secuelas.
Homero Grillo tenía muy pocos años cuando se produjo un nuevo levantamiento que se vivió fundamentalmente en la campaña. Eran épocas de incertidumbre. Pese a ello y quizá por ser un niño tan pequeño, el horror de las guerras fratricidas que sufrió nuestra patria no dejaron en él otro recuerdo que no fuera el de estos imprevistos sobresaltos nocturnos o las excursiones que realizaban a veces a Tres Árboles donde el campo estaba sembrado de casquillos de balas.
La balsa y otros recuerdos de niñez
En cambio tenía muy presentes los cruces en la balsa luciendo un trajecito de terciopelo color vino en el que se le pegoteaban los caramelos que guardaba en el bolsillo; la algarabía de sus hermanos mayores cuando salían a pasear por el campo mientras él quedaba en la casa con una dolorosa sensación de soledad; el recuerdo del frescor del abra en la que se perdió por haberse decidido a investigar por su cuenta un día en que toda la familia salió de excursión al monte; los “robos” de bizcochitos que hacía con su hermano Waldemar y que una vez le costara unas palmadas porque no fue rápido en la huída; la primera vez que pronunció correctamente la rr, a la hora de la siesta cuando todos dormían y él se empeñó en decir Socorro y no Socogo. Recordaba estar de espaldas en la cama, con sus piernas en alto tocando la pared con sus taloncitos descalzos y repetir una y otra vez el nombre de la devota asistente de la familia: Socogo, Socogo, hasta que consiguió decir Socorro y despertó a todos con una algarabía triunfal.
Amigos de la infancia
Homero Grillo cultivó toda su vida las amistades que nacieron en su infancia y no perdió el contacto con aquellos viejos compañeros. Con el tiempo habían tomado rumbos bien diferentes incluso en lo ideológico pero ese no era obstáculo para que se encontraran y recordaran los tiempos idos.
Los Leytes, los Piquinela, los Patrón, los Elorza, los Barrera, los Grillos, fueron amigos hasta su muerte pero siempre encontraron un lugar y un tiempo para encontrarse y compartir recuerdos y perspectivas.
El hijo de los Barrera abrazó la vocación sacerdotal y terminó como Obispo de la diócesis de Florida. Sus hermanas permanecieron en Durazno. En sus encuentros no dejaban de recordar con nostalgia la infancia lejana, los juegos y las travesuras, hasta la ternura del osito de peluche que en alguna ocasión, estando enfermo quien luego fuera obispo, sirvió como proyectil que daba la bienvenida al pequeño Homero.
(1) Gerardo Piquinela publicado en «Durazno» Colección Los Departamentos.-