Juan Iralde y María Anna Inchausppe Çarçabal
Juan Iralde llegó a la Banda Oriental en el año 1854. Venía de Francia con su esposa María Anna Inchausppe Çarçabal y su hija María.
Detrás dejaba la vieja Europa, el desarrollo industrial, el liberalismo incipiente, las pugnas entre republicanos y monárquicos, el éxodo rural.
Quedaba en el pasado todo lo que fue su vida de campesinos: sus afectos, la preocupación por la subsistencia, el trabajo de la tierra con la incertidumbre cotidiana de lo que impondría la madre Naturaleza y las certidumbres de lo que imponían los hombres mucho más inclementes que aquélla: los arrendamientos, los censos, los impuestos, el encarecimiento del dinero.
Por aquellos tiempos para los europeos, con colonias dispersas por todo el planeta, el mundo era bien ancho. La gran ilusión de la masa de exiliados que se esparció como semilla por todos los rincones de estas tierras, era conseguir que el ancho mundo no fuera ajeno.
Con ese sueño llegaron a este suelo los bisabuelos de Homero Grillo.
Y aquella pequeña francesita de cuatro años que venía con ellos sería, con el correr del tiempo “Mamita”, la abuela inolvidable, la que prepararía ajuares y atendería partos, la que dirigiría el rezo del rosario, la que impondría el respeto a toda hora, la que en sus últimos años hablaría en francés jugando con nietos y bisnietos.
La Tierra Purpúrea
Juan Iralde era, de acuerdo a los documentos de inmigración, un “cultivateur”, pero cuando llegó a su nueva patria no se alejó de la capital.
Quizá pesó en su decisión la realidad que se vivía en estas latitudes.
Estaba en la Tierra Purpúrea.
Ya habían transcurrido más de veinte años desde la Jura de la Constitución pero la nación no lograba consolidarse como estado. Se sucedían los levantamientos, los motines, las conspiraciones.
“En una casa me dijeron que la ciudad no se había repuesto todavía de los efectos de la última revolución, y que, por lo tanto, los negocios estaban completamente paralizados; en otra, que la ciudad estaba en vísperas de una revolución, y que por consiguiente, estaban muy paralizados los negocios. Y en todas partes fue la misma historia”. (1)
En la campaña se vivía en una anarquía casi permanente.
Escenario de sangrientas batallas en las que los criollos se enfrentaban siguiendo ciegamente a un caudillo que les ataba a una divisa y a una causa
que ni conocían ni les competía, no podía alcanzar ni la paz ni el progreso.
Juan Iralde y su familia habían llegado a un barril de pólvora. Un país que salía de una cruenta guerra en la que estuvo en juego hasta la independencia de la nación.
En la quinta de Duplessis y de García Lagos
Quizá por eso este joven francés prefirió instalarse en las afueras de la ciudad, en una zona en la que los riesgos podían ser menores.
Comenzó a trabajar en la que era por entonces quinta de Duplessis, que después fuera de Batlle. Allí permaneció más de 18 años.
En esa finca y más tarde en la de García Lagos, en la que fuera quinta San Ildefonso, creció María Iralde Çarçabal, la abuela de Homero Grillo.
(1). – Guillermo Hudson. La Tierra Purpúrea