Grillo, Maestro, a través del testimonio de una alumna escolar
Esto que voy a leer ahora es una trascripción de recuerdos de la época en que fui alumna de Grillo, de ese Maestro extraordinario a quien hoy recordamos.
Recuerdo mi infancia en el campo cuando vivían mis padres, cinco hermanos y yo.
A unos cinco kilómetros se encontraba la Escuela Granja Nº 16 a la que asistían mis cuatro hermanos mayores.
Veo al Maestro inclinado sobre nosotros guiándonos, alentándonos con cariño y paciencia pero con firmeza y seguridad naturales de él.
Los recuerdos se superponen en mi memoria cargados de nostalgia y de cariño por el hombre que tantas lecciones de vida nos daba día a día.
La bicicleta
La vieja bicicleta. Todos la mirábamos con codicia y un buen día el Maestro dio la gran sorpresa, en el recreo de ese día nos enseñaría a andar. Veo su figura delgada y ágil cubierta por su largo guardapolvo blanco. Transpiró la hora entera sosteniendo muchachos medrosos. Llegó mi turno, me sostuvo unas cuantas vueltas, sentía que el cuerpo me pesaba torpemente y que en cualquier momento aterrizaría, hasta que al fin mi grito de júbilo ¡Maestro, aprendí!
El tractor
Luego vino el tractor. Era el momento en que niñas y varones aprendiéramos a conducirlo.
Pasamos una tarde entera en el campito de los caballos… Primero los cambios, luego el volante, y el sol que nos quemaba. La sensación de libertad fue total. Veía la sonrisa del Maestro un tanto orgullosa contemplando nuestros rostros sonrosados, alegres y triunfantes y… mañana…mañana sería el cultivo de plantas, la técnica de hacer escobas, los injertos, la recolección de naranjas, la elaboración de conservas y la miel, y los niños regresando a casa portando orgullosos el producto del trabajo para compartir con la familia.
El carruaje que transportaba escolares desde su casa al centro educativo
Un día, mientras jugábamos en el patio de recreo, la sorpresa fue enorme.Uno de los empleados de la escuela apareció conduciendo un extraño carruaje tirado por caballos. Pensé en la calabaza de Cenicienta, los cuentos que nos había narrado nuestro Maestro se hacían realidad, el hada buena, sin duda, habría tocado con su varita mágica la calabaza convirtiéndola en una carroza con colores fulgurantes.
Era una diligencia que el Maestro había adquirido para transportar a niños a quienes se les hacía dificultoso llegar a la escuela.
Tenía un encanto especial para nosotros. A la hora del recreo, cuando el Maestro lo permitía, nos sentábamos en ella e inventábamos las historias más inverosímiles.
Las excursiones
Llegó el quinto año y con él la beca a Estación Aznares, a la escuela agraria.
Debía representar al club agrario Granjeros iniciado por el Maestro, actualmente club de fútbol del departamento.
Las excursiones fueron sucediéndose año a año y nuestros padres fueron conociendo el Palacio de las Leyes, el puerto, el zoológico, el aeropuerto, y tantas cosas que sólo venían a través de la radio, el que tenía, o a través de un diario viejo que llegaba como envoltura de algo.
Los libros
Los libros… ¡cómo olvidar los libros que el Maestro con gesto amable nos invitaba a leer!Las imágenes se suceden en torbellino por momentos: el indio Yoe, las cinco hermanas de Mujercitas, David Copperfield, Magallanes, los poemas de Lorca, Quiroga, 20 mil leguas de viaje submarino, Juana de Ibarbourou, Morosoli y tantos otros.
Las becas para proseguir estudios
En el año 1956 los integrantes de aquel grupo que atendía Grillo partimos. Varios continuamos cursando el Liceo en Minas o la Escuela Industrial. Algunos con becas otorgadas por la Escuela para pagarnos los pasajes o la pensión, otros a la Escuela Agraria, el resto cultivando la tierra aplicando los conocimientos adquiridos.
La evocación de Homero Grillo
Hoy adulta, camino por las calles de Minas, me encuentro con Renée alumna y posteriormente compañera de trabajo del Maestro. Renée, la maestra que siguió sus pasos en la Escuela Nº 16 y más allá, en el Núcleo Experimental de la Mina, alumna nuevamente en Estación González profundizando en la sapiencia del Maestro para seguir su obra.
Cuando me encuentro con Teresa, con Edith, Marta, Nelissa, también colegas maestras, con Carlos agricultor, con Aníbal tambero, con Ana María declamadora, con Luis, César, Leo, médicos, con Selva vendedora de tienda, con el Rubio, perito agrónomo, Walter y Hébert chapistas, con Edén técnico de producción en computación, siento que la vida no nos ha separado. Sólo ha puesto un pequeño paréntesis entre nosotros. Luego de intercambiar un saludo afectuoso surge aquella anécdota, aquel recuerdo de nuestro feliz pasaje por la Escuela Granja Nº 16 y no escapa el mencionar aquel hombre maravilloso que tanta influencia ejerció sobre nuestras vidas.
A medida que el tiempo transcurre aquella figura delgada, inquieta, con sus enormes ojos azules continúa incólume en el recuerdo de todos los que fuimos sus alumnos. Y su porfiada fe en la Educación del medio rural ha continuado siendo guía en sucesivas generaciones de maestros rurales muchos de los cuales hoy se destacan como educadores en distintos países del mundo.
La extrema modestia de su saber se ha multiplicado.
Centenares de maestros continúan su camino con el impulso que él, Homero Grillo, nos legara
1990/12/11