Acerca de las Escuelas Granjas

Capítulo publicado en la obra La Enseñanza Primaria en el Medio Rural del Maestro Agustín Ferreiro. Tercera edición, año 1960

Maestro Agustín Ferreiro

Cuando proyectamos las Escuelas Granjas galopaba el pensamiento por regiones tan pobladas de promesas que hacíamos fuertes llamados a la realidad para detener el ímpetu de la imaginación. Pensamos, nada menos, que en un período no mayor de veinte años podríamos transformar totalmente el medio rural del país mediante la acción de este tipo de escuelas.

Brotaban sin cesar las granjas, zumbido de colmenas, fabulosas ubres, millares y millares de gordos gusanos devorando morera, olor a manzanas, gruñidos de cerdos satisfechos, alboroto de postura en los gallineros,  limpias casas, ventanas floridas, fiestas de percales…¿Dónde el dolor y la miseria del campo? ¿Dónde el rancherío y dónde la hojarasca humana del arrabal?

Lo curioso en que si para llamarnos a realidades exponíamos nuestros sueños, salíamos de las consultas temerosos de ir a nuevas porque necesitando más bien agua moderadora de fuegos, nos daban combustible para aumentar la hoguera.

Porque ha de saberse que estas escuelas granjas que se crearon por el proyecto no son nada más, absolutamente nada más que una cabecera de puente establecida para ir a la reforma de la escuela rural. Ni una palabra gastaríamos en su favor si no tuviéramos el convencimiento de que llevan una fuerza expansional capaz de hacerse sentir hasta en el último rincón de la República. El proyecto fracasaría irremediablemente si dentro de cinco años lo que hoy es cuarenta, no viene a doscientos, dentro de diez a mil, y dentro  de veinte a todas las escuelas rurales del país. Ahora es mucho menos que una gota de agua, pero en otro aspecto es mucho más: es una pizca de levadura.

Y  lo que es cuarenta, se harán doscientos y lo que es doscientos, se harán mil con empuje de abajo a arriba; la bondad del ejemplo, si es que triunfamos en esta experiencia, hará que de todo el campo nos vengan pedidos de escuelas granjas, como ahora se piden carreteras, como las poblaciones del interior piden agua potable, liceos, corriente eléctrica.

¿Cómo llegaremos a esto? En primer término vamos a darle a la expresión local escolar un nuevo carácter: la escuela será hasta el último centímetro de superficie comprendida en un círculo de cinco kilómetros de radio, tomando como centro el local escolar. Nada de lo que ocurra dentro de esa zona acaece fuera de la escuela, estará dentro de ella.

En segundo término iremos a otra ampliación del servicio: todo ser humano, habitante de la zona, sea cual sea su edad y condición será considerado como alumno de la escuela.

En tercer término, implantamos otra innovación: la escuela tendrá entre sus cometidos, además de los que tuvo hasta ahora elevar en calidad y cantidad, la producción granjera de la zona. Así cumplirá bien su misión en este aspecto de sus actividades si logra que dentro de cinco años el medio  que hoy produce cuarenta kilogramos de miel pongamos por caso, eleve esa cantidad a dos mil. Si el número de gallinas se decuplica y se termina con el tipo de sesenta huevos  por año para dar paso al tipo de doscientos. Y así con todos los renglones de la explotación granjera.

Otra innovación: la escuela oficiará de intermediaria  entre el productor y el comprador a fin de asegurar la colocación del producto y obtener la mejor remuneración. Esta variante nos vino de un hecho acaecido en el Departamento de Soriano, allá si mal no recordamos por el año 1931. El Frigorífico Nacional utilizando como principal instrumento la Escuela realizó el siguiente ensayo: adquiría toda la producción de huevos del radio escolar. Los alumnos al venir a la escuela portaban la mercadería; la maestra recibía el producto y de inmediato abonaba su importe. Se pagaba un precio mínimo de veinte centésimos la docena y este valor mínimo se mantenía todo el año, aún en la época de mayor abundancia.

En aquellos tiempos, en la época de máxima postura, el mercachifle pagaba cuatro centésimos la docena y aún así por el sistema de trueque, a cambio de yerba, jabón, etc.

El aporte de las escuelas fue sencillamente fabuloso: las escuelas que intervinieron en el ensayo trajeron cantidades jamás soñadas por los técnicos. Nunca sabrá el país cuánto se ha perdido por no seguir esta línea: a esta hora ocuparíamos quizá uno de los primeros puestos del mundo en producción avícola.

El ensayo probó que si se asegura la colocación de un producto a un precio remunerador, el hombre de campo responde a todas las exigencias. Por debajo de aparentes indolencias hay fondos de rebeldías. No hay paisano haragán ni en las trillas ni en las esquilas donde el trabajo si bien es terriblemente agobiante, es, comparado con otros altamente remunerador.

Estas escuelas contarán con maestros en la ciencia de la educación, un perito agrario y un peón. Además temporariamente actuarán en cada zona por el término que sea necesario, expertos en actividades que requieran alguna especialización o mejoramientos técnicos. Por dos o tres meses actuará un especializado en apicultura, luego otro en el manejo del gusano de seda, y así en injertos, incubadoras, comidas, costura, conservas, queso, etc.

No concibo por dónde nos puede venir el fracaso, si, tomando un renglón como ejemplo, llevamos colmenas a las escuelas, llamamos para el aprendizaje a los niños, adolescentes y adultos de la zona, bregamos para que cada vecino adquiera por lo menos una, y aprenda a entender en ella con ayuda del perito, prestada ya sea en la escuela o a domicilio;  si gestionamos créditos cuando no haya facilidades para la adquisición y por encima de todo, si logramos que instituciones como el Frigorífico Nacional nos asegure la adquisición del producto a un precio remunerativo.

Queremos ver los desganos y los desalientos y las haraganerías y los dejarse estar si un muchacho de los nuestros nos trae a la escuela al fin de un año, la miel cosechada aunque sea en su única colmena, y se lleva para su casa un papel de diez pesos, o  gane la misma cantidad con la venta de capullos de gusanos de seda. Queremos ver si esta experiencia exitosa de un primer año, no tiene acción fermental y no arrastra a una mayor producción y no ejerce en los vecindarios una acción ejemplarizante.

De nuestra escuela rural tal como está organizada, podemos esperar muy poco y, nada, absolutamente nada, si como muchos pretenden, se quiere hacer de ella un instrumento capaz de transformar el medio campesino en sus técnicas y métodos de trabajo. El granjero de hoy es un tipo de artesano que no entra, no puede entrar en plena posesión de todos los secretos de su oficio, por lo menos hasta los veintidós años. La posesión de un técnica granjera adecuada al momento exige un tiempo tanto o mayor como lo requiere el aprendizaje de un oficio como el de mueblero, albañil, herrero, etc. ¿Cómo se quiere que de nuestra escuela de hoy día salgan seres con aptitudes de esa índole, máxime cuando han de vivir al egresar de las aulas, en un medio desprovisto casi en absoluto de buenos ejemplos?

Siempre se entendió que a la enseñanza primaria le correspondía dar un mínimo de conocimientos y desarrollar un mínimo de aptitudes para adaptarse bien al medio ambiente e influir sobre éste en el sentido de su progreso. El que entienda que ese mínimo indispensable es el clásico leer, escribir y contar tiene una concepción quietista del mundo y de las culturas. Un hotentote requiere un mínimo muy distinto al hombre de occidente, así como el del hombre del 1400 era muy distinto al mínimo actualmente necesario.

El mínimo indispensable en la enseñanza primaria en el medio rural tiene que ser extremadamente más elevado que el correspondiente a las urbes, porque en el campo no hay otra enseñanza; no hay liceos, no hay escuelas industriales, no hay cursos de comercio, no hay preparatorios ni facultades, ni hay cultura ambiente. Se comprende entonces que si se quieren elevar los valores nobles del ambiente las escuelas granjas proyectadas deben actuar sobre todas las edades de los habitantes de la zona, y sobre todas sus actividades.

Por haber actuado con un concepto erróneo acerca de lo que debe ser la enseñanza primaria en el medio rural, la escuela ha perdido posiciones. Las tuvo y buenas cuando el saber leer, escribir y contar imprimía un sello diferencial bien marcado entre los hombres, pero hoy esas aptitudes por lo extendidas, no establecen ni siquiera matices. Hoy con eso en el campo se es un paria y hay hombres que no pasaron por la escuela, que se jactan de estar mejor y vivir mejor y ser más útiles que sus vecinos alfabetos. La deserción escolar está actualmente en reilación directa con la eficacia docente y social del establecimiento de que se trate. Si ahora es así, tenemos derecho a pensar que en las escuelas granjas habrá pocos desertores y que al contrario aseguraremos la permanencia de los alumnos, especialmente de las alumnas, en un alto por ciento, hasta la edad de dieciocho años.

Pensamos dentro de nuestros sueños que estas escuelas podrían tener otros desarrollos.  Por ejemplo podrían desde ya conectarse con algún pensamiento sobre política agraria y hacer que las instituciones de crédito agrícola y colonización, que ya existen, den a los alumnos que hagan los cursos de enseñanza y tengan vocación por las tareas de la tierra, las chacras necesarias de la extensión y tipo que corresponda a la zona rural de que se trate.

Esas cuarenta escuelas granjas, estarán encargadas, si salimos triunfantes de la experiencia, de acreditar la utilidad práctica del conocimiento agrario.

En la actual situación de nuestra campaña, ciertamente, no está permitido hacerse muchas ilusiones al respecto. Más,  si, por ejemplo, diez de cada veinte alumnos que participen de estas enseñanzas logran demostrar luego en la vida que ese aprendizaje les fue útil para conquistar un destino  en el mundo, puede considerarse que el esfuerzo queda justificado y es seguro que la enseñanza agraria será reclamada por todas las poblaciones del país.

De todas maneras si ese resultado se logra, serviría para que si un día, cosa que tendrá que ocurrir seguramente, el país adopta alguna política agraria no nos tome desprevenidos. En efecto, si el Estado provoca la vocación y contribuye a crear la aptitud,  en cierto modo y por eso mismo contrae el compromiso de dar satisfacción a esa vocación y empleo a esa aptitud. Puede ser discutible el principio encerrado en la fórmula “la tierra para quien la trabaja”, pero no parece que pueda serlo el que habría de expresarse en esta fórmula “la tierra para quien la sepa trabajar”  y si dentro de unos años algunos cientos de mozos egresados de estas escuelas reclaman la tierra prometida, es indudable que ese será un resorte más que se tiende para impulsar a una solución de los problemas del campo.

Hemos de tender a la formación de un tipo de trabajador de campo capaz de vivir bien para sí y para su familia en predios reducidos que podrían ser de cinco a diez hectáreas, a la manera como se vive hoy en muchas granjas de Colonia Suiza. La República debe tener como finalidad suprema, hasta tanto no varíen las condiciones actuales de la vida campesina, a propender a que el hombre de campo menos apto del país, su mínimo valor humano sea capaz de subsistir, tener familia y educar a sus hijos con el producto que sea capaz de extraer a un predio de cinco hectáreas. Esa debe ser por ahora la divisa en la campaña empeñada, y a eso tenderán nuestras escuelas. Son establecimientos de enseñanza para el pueblo, para la masa campesina, para el que hoy es un  paria  y tendrá que iniciarse en la vida a base de un crédito habilitador o de un pequeño capital. Por eso el éxito de ellas va a depender en gran parte del hecho que las instituciones colonizadoras o de crédito agrario, tiendan inteligentemente sus manos a los egresados de las escuelas granjas con un título de aptitud y de rectitud.

Y si las cosas marchan bien, si somos capacees de formar elementos aptos, si todas las instituciones oficiales nos entran en colaboración con nuestros esfuerzos, hemos de ver, no dentro de muchos años, salir del caos a la población campesina del país para ordenarse con otro ritmo de vida alrededor de cada escuela. Hasta ayer fueron determinantes del ordenamiento de la población las paradas de las diligencias, las vías terminales del ferrocarril, un vendedor de solares, los que hicieron colonias en donde les convino o donde se les ocurrió, los arrabales de las ciudades y los rancheríos.

Así sin orden ni concierto, en pleno caos, en función de intereses inferiores o de terribles necesidades, se agruparon los corridos del campo. Hemos de proceder a un nuevo ordenamiento con bases racionales alrededor de cada escuela.

No es totalmente cierto que haya éxodo del campo, por atracción de las urbes, lo hay también y en buena parte por expulsión. Es probable que más de una tercera parte de los que fueron trabajadores de la tierra estén hoy en los rancheríos y no se podrá decir de ninguna manera, que estos misérrimos poblados tienen atrayentes luces milagreras, ni cantos irresistibles de sirenas.

Hay atracción, pero también hay expulsión: ésta es mucho más terrible y dañosa que aquélla. El atraído como en las formas del amor, se siente conquistador y casi siempre también lo es;  el expulsado, el corrido del campo se torna para siempre jamás en un ex hombre buscador de remansos en la miseria del arrabal o en la del rancherío.

Racionalmente ordenada la población, bien atendido el niño y el hombre de campo, no habrá expulsiones y ojalá dentro de algunos años no vengan gestos de desesperanzas al decir como dije al principio de mi disertación: Brotaban sin cesar las granjas, zumbido de colmenares, fabulosas ubres, millares y millares de gordos gusanos devorando morera, olor a manzanas, gruñidos de cerdos satisfechos, limpias casas, floridas ventanas, fiestas de percales. ¿Dónde el dolor y las miserias del campo y dónde la hojarasca del rancherío?

 

 

 

 

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