La noche lleva en sus entrañas el alba; como el grano
que debe morir, la espiga.
Carlos Quijano, Marcha, 26 de noviembre de 1971
Lo que entonces vivíamos como un movimiento a favor de la educación rural se basaba, fundamentalmente, en un conjunto de convicciones profesionales ancladas en la mayoría de los educadores. A medida que de las experiencias parciales y del enunciado de ideas se pasaba, como había ocurrido en los últimos años, a la creación de recursos institucionales oficiales, el movimiento se iba convirtiendo en una red operativa de alcances cada vez más profundos.
Eliminados por el Consejo de Enseñanza aquellos recursos institucionales, los maestros consideramos necesario crear otra red operativa de reemplazo, no oficial sino propia del magisterio, para mantener en pie en el grado que fuera posible las ideas fundacionales, de cuya pertinencia estábamos convencidos.
Los días 2 y 3 de marzo de 1961, ya adoptada por el Consejo la resolución reformista de 30 de diciembre de 1960 que eliminaba la Sección Educación Rural y sus servicios, los maestros rurales nos reunimos en el Paraninfo de la Universidad en asamblea convocada por la Comisión Especial para la Defensa de la Educación Rural de la FUM. Tras emplazar a los miembros de la mayoría del Consejo a rectificar sus decisiones, la asamblea adoptó la resolución que transcribo textualmente:
Fundamentos de creación del Instituto Cooperativo de Educación Rural
“En el caso de que el Consejo de Enseñanza Primaria no ponga en funcionamiento la Sección Educación Rural en los plazos que quedan establecidos, el magisterio rural dará los pasos necesarios para brindarse a sí mismo, en forma autónoma, la asistencia técnica que necesita para el cumplimiento del programa vigente (el de 1949) y para que la educación rural del país continúe su firme proceso de crecimiento. A tales efectos se encomienda a un equipo constituido por los compañeros Nelly Couñago de Soler, Ana M. Angione de Moreno, Homero Grillo, Miguel Soler, Abner Prada y Weyler Moreno, la adopción de todas las medidas conducentes a la creación y funcionamiento de esta institución, que se denominará Instituto Cooperativo de Educación Rural, el que deberá ajustarse a las siguientes normas generales:
a. El ICER hará llegar asistencia técnica a los maestros rurales de todo el país por medio de publicaciones, emisiones radiales, cursillos y demás medios que estén a su alcance.
b. Igualmente procurará que esta asistencia alcance a los Centros de Misiones Socio-pedagógicas que actúen con independencia técnica de las autoridades escolares.
c. El ICER dispondrá de total autonomía técnica y financiera. El equipo a que queda confiada la conducción de los trabajos tomará medidas para obtener el asesoramiento de especialistas y la colaboración técnica de todos los maestros que quieran aportar sus experiencias. Igualmente acordará con la Federación Uruguaya del Magisterio la adopción de las medidas necesarias que permitan la mutua y estrecha colaboración en el plano nacional y departamental, sin que ella afecte la necesaria autonomía del Instituto.
d. Los maestros rurales comprometen su apoyo económico a esta iniciativa por entender que la misma ha de permitirles hacer frente a esta etapa crítica de la Escuela Rural con el respaldo de los compañeros más experimentados y con la alegría de emprender, con su propio esfuerzo, una obra indispensable.
Nos pusimos al trabajo. Nos instalamos en la Casa del Maestro, un espléndido local ubicado en pleno Prado, que la Intendencia Municipal de Montevideo había cedido a la Asociación Magisterial de Montevideo y que permitiría realizar cómodamente todas nuestras actividades centrales. Al Equipo de Trabajo, ya designado por la Asamblea, se sumó una Comisión Asesora cuyos miembros eran nada menos que tres educadores de gran prestigio: Yolanda Vallarino, Enrique Bráyer y Julio Castro. Fueron designados, igualmente los corresponsales en cada departamento del Interior, quienes comenzaron la labor de inscribir a los socios, que pagaron 25 pesos para tener derecho a participar en las actividades del segundo semestre de 1961. Una interesante proporción de los mismos eran maestros urbanos que no contaban con otros servicios de asistencia técnica que los del cuerpo inspectivo, desarticulado por la creación de los distritos escolares.
Los diferentes sectores de actividad
Fuimos organizando los diferentes sectores de trabajo del ICER, el número de los cuales fue creciendo con los años y con las necesidades de los maestros. El más importante en la etapa inicial fue el sector Reuniones, Jornadas y Cursillos, de los que se realizaron centenares en todo el país, la mayor parte a escala departamental pero varios de ellos en forma de extensos cursillos de vacaciones, que tenían lugar en la casa del Prado.
En setiembre del primer año, 1961, ya habían tenido lugar dos cursillos intensivos, uno en Rivera y otro en Mercedes, diez jornadas de fin de semana, todas en el Interior y un de ellas en Caraguatá, departamento de Tacuarembó, y seis reuniones de corta duración, todas en el Interior. Y esto se mantuvo durante más de una década.
Se puso en marcha un servicio muy original, éste sí sin ningún antecedente oficial: el Sector Trámites Y Suministros. El ICER realizaba a pedido de sus afiliados cualquier trámite dentro de la planta urbana de la ciudad de Montevideo ante personas e instituciones públicas o privadas. Igualmente, toda adquisición que el maestro deseara realizar en relación con su trabajo podía ser efectuada a través del ICER. El ofrecimiento agregaba: “La compra se efectuará donde resulte más conveniente en calidad y precio, seleccionando las adquisiciones con criterio de buen comprador”. Este sector tuvo un gran desarrollo, al evitar desplazamientos a Montevideo de los educadores del Interior. Como es natural, los gastos corrían por cuenta del socio.
El sector Emisiones Radiales contó con dos programas: uno dirigido a los vecinos de las zonas rurales; el otro irradiado especialmente para los maestros del campo y que incluía el tratamiento de temas profesionales y noticias. A noviembre de 1961, entre ambos programas se habían irradiado 61 emisiones, ritmo que prosiguió en los años siguientes.
Otros sectores activos fueron el de Investigaciones, la organización de cursos de Capacitación para Concursos y, a partir de febrero de 1964, el Grupo Cooperativo de Estudios de Perfeccionamiento. Se había creado el Instituto Magisterial Superior (IMS) en cuyos cursos se habían inscripto maestros del Interior becados en Montevideo y maestros también del Interior, pero sin beca, lo que les impedía trasladarse a la Capital.
Estos últimos se encontraban en desventaja, que el ICER trató de paliar. Los integrantes del Grupo Cooperativo que seguían cursos en Montevideo grababan o tomaban resúmenes de las clases que impartían los profesores del IMS, las reproducían y las hacían llegar a los compañeros del Interior inscriptos en los mismos cursos en calidad de estudiantes libres. Igualmente, los primeros hacían llegar a los segundos bibliografías y material complementario y actuaban como intermediarios en todo tipo de consulta que los estudiantes del Interior desearon hacer a sus profesores. Los beneficiarios del programa debían ser, desde luego, socios del ICER, y participar en los gastos que se originaban, en tanto los colaboradores becarios radicados en Montevideo no percibían retribución alguna por su trabajo aunque, por se socios del ICER, estaban exentos del pago de sus cuotas periódicas. La masa de trabajo que suponía esta iniciativa era, como pude comprobarlo personalmente en alguna de mis visitas, inmensa y de muy buena calidad profesional.
Puedo agregar que tanto la Dirección del IMS como su profesorado colaboraron ampliamente en este esfuerzo pionero de capacitación a distancia, que movilizó a muchas decenas de educadores y que, al lograr éxito, demostró el espíritu verdaderamente cooperativo que el ICER había sembrado entre los educadores del país.
Las publicaciones del ICER
Pero sin duda el sector más activo y de más amplio aprovechamiento fue el de Publicaciones, en circunstancias en que el Consejo de Primaria había suprimido la remisión a las escuelas de cualquier tipo de material técnico de apoyo.
Fueron de tres tipos: la reedición de obras pedagógicas ya agotadas, una colección de folletos de carácter didáctico y la revista periódica Rumbo, hacia una Escuela Rural mejor.
Entre las primeras recuerdo la que me parece más importante: Vieja y nueva educación: el banco fijo y la mesa colectiva,1 de Julio Castro, obra que un grupo de 32 docentes de prestigio había editado en 1942 y que el ICER reeditó en 1966 con un agregado del propio Julio Castro titulado Veinticinco años después. En una página amarga de este capítulo adicional Julio nos dice: “En este año 1966 en que se agrega un capítulo a esta síntesis, puede decirse que el país está en el fondo de una crisis sin precedentes. Ella es la consecuencia de su momificación estructural. Una tierra que pertenece a unos pocos y se explota mal, una balanza comercial en constante desequilibrio, un presupuesto siempre deficitario, una clase parasitaria cada vez más numerosa, una nauseabunda corrupción administrativa, una naciente industria sin posibilidades de expansión, un horror colectivo por el trabajo, una vida política al servicio de los más bajos menesteres, han sido el resultado del mínimo coeficiente de aprovechamiento de que ha sido capaz el Uruguay, con relación a las posibilidades que los nuevos tiempos ofrecen”. Más adelante, Julio se refiere a la evolución de los servicios de educación rural en los años anteriores y llega a este concluyente análisis: “La escuela rural inicia, por consiguiente, una transformación de fondo: de instituto de educación infantil tiende a proyectarse a la asistencia social. Toma contacto con los problemas del lugar, promueve su conocimiento e impulsa las soluciones. Pero no va más allá de la neutralidad estricta frente al orden existente y evita todo rozamiento con el sistema económico que impera a su alrededor. A lo más, su intervención se limita a algunos aspectos de ayuda –técnica, sanitaria, cultural, higiénica, recreativa, etc. – de beneficio colectivo.
En este momento todo hace pensar que la escuela rural, así renovada, es una conquista firme y definitiva”.
Y concluye su capítulo: “Los maestros rurales solos, con esfuerzo y tenacidad, han creado un Movimiento, ya de amplitud nacional, que anuncia el advenimiento de tiempos nuevos. El Instituto Cooperativo de Educación Rural, bien conocido en todo el país, es un hito de realidad en este camino hacia la esperanza”.
El segundo grupo de publicaciones del ICER está constituido por una serie de folletos monográficos que se ocupan de temas de aprendizaje, de didáctica de las diferentes asignaturas en cumplimiento real para la práctica de la lectura y la escritura, la música, el teatro, el juego, etc. Se trata de un centenar de publicaciones sencillas, impresas a mimeógrafo, que se remitían gratuitamente a los socios del ICER. En algunos casos la demanda obligó a reeditarlas. Dispongo de una colección bastante amplia de las mismas y en ellas encuentro tratadas más de veinte áreas de la actividad docente en el medio rural.
Algunas de ellas contienen excelentes ilustraciones del socio Pedro Buela. Hay folletos escritos por maestros ya consagrados y otros por educadores noveles, siendo muchos de ellos trabajos colectivos, lo que respondía a la naturaleza cooperativa del ICER
El conjunto es pródigo en creatividad, revelador del empeño de los maestros rurales por experimentar y dar a conocer esas experiencias a sus colegas. He dicho en otra obra (Uruguay, análisis crítico de los programas):2 “La gente perdió el pudor de hablar y de escribir de lo que hacía y la didáctica nacional tuvo, por esa vía, modesta y auténtica, un interesante desarrollo a partir de las bases, continuando así corrientes innovadoras iniciadas veinte años atrás por Agustín Ferreiro. Lo interesante fue que las publicaciones del ICER fueron de más en más leídas por los maestros urbanos, privados éstos ya de publicaciones técnicas oficiales”.
El último ejemplar de que dispongo fue publicado en agosto de 1973, ya instaurada la dictadura.
“El ICER tuvo que cerrar sus puertas –dije en la ya mencionada obra- y sus publicaciones fueron radicalmente prohibidas por las autoridades militares y por los inspectores de nuevo cuño”.
La revista Rumbo, de la que dispongo los once primeros números, aparecía periódicamente, se distribuía igualmente en forma gratuita y se ocupaba de temas más asociados a los fundamentos teóricos de la educación, a la realidad nacional, a los problemas planteados por el desarrollo del país y a las funciones de la educación en el mismo. Sintetizaba, de alguna manera, la vida intelectual del ICER, por la que velaban los miembros de la Comisión Asesora.
En el Nº 5, por ejemplo, se transcriben los informes de las tres comisiones que actuaron en el 2º Cursillo de Vacaciones del ICER realizado del 11 al 22 de febrero de 1963, e el que habían participado 104 asociados.
Los debates fueron complementados por una serie de conferencias sobre diversos temas, impartidas por destacados compatriotas, así como por presentaciones de carácter artístico cultural, entre ellas la de Daniel Viglieti y la de la poetisa Amanda Berenguer.
Si entro en estos detalles, a propósito siempre de la revista Rumbo, es para subrayar cómo en ésta se reflejaban actividades de ICER de un gran impacto personal y profesional para educadores que el resto del año debían actuar en la muy particular soledad de nuestra campaña y cómo el ICER, emanado de los arbitrarios actos del oficialismo, lograba movilizar los muy variados recursos intelectuales de alto nivel con que contaba la sociedad.
En otras ocasiones, por ejemplo en el Nº 4 de Rumbo, la revista transcribe conferencias que se habían dictado sobre temas de interés de los socios. En el Nº 10 se inserta el trabajo La educación rural en el país, que la asociada Ada Bittencour de Silveira presentó al Concurso Anual de Pedagogía de 1965, en el que mereció la primera mención honorífica.
Por sus proyecciones hacia fuera del ICER, el Nº 6 de Rumbo resulta también de un gran mérito e interés.
En febrero-marzo de 1964 la Universidad de la República organizó sus VII Cursos Internacionales de Verano y en ellos el ICER, como institución, presentó un trabajo titulado Desarrollo y Educación Rural. El mismo había sido expresamente elaborado por un grupo de 23 maestros y maestras orientados por Julio Castro, quien escribió la página editorial de ese Nº 6.
Es un trabajo extenso, completo, maduro, en el cual, tras analizarse con abundante información estadística la realidad económico social del campo uruguayo, se sitúa una vez más a la escuela rural en ese contexto general, ejercicio que habíamos hecho muchas veces pero que era necesario actualizar. Contiene consideraciones como las siguientes: “La escuela Rural sigue siendo el único servicio que se encuentra en todas las zonas rurales del país. Sin fuerza, sin recursos, está señalando el compromiso de colaborar en el enfrentamiento de los problemas del campo”. “129 escuelas funcionan en ranchos, siendo 16 de estos ranchos propiedad del Estado”.”Equipamiento: No llegan muebles. No llegan herramientas de huerta ni de taller. No hay libros de lectura. No se reciben publicaciones periódicas. Las bibliotecas deben sostenerse con recursos propios de las Comisiones de Fomento”.
Sigue una extensa exposición sobre los conceptos de educación, cambio social, participación, desarrollo, formación y capacitación de educadores rurales, organización de servicios educativos en el medio rural, para concluir con estas tajantes, lúcidas y todavía hoy válidas conclusiones: “El ICER entiende que del estudio de los grandes problemas relacionados con el desarrollo de nuestro país, se puede extraer la siguiente conclusión de carácter general: es urgente realizar una modificación profunda de las estructuras económicas del medio rural. Esa reforma en los regímenes de distribución y tenencia de la tierra debe formar parte de un plan nacional del desarrollo que comprenda todos los aspectos de la vida rural. (…) En tanto no se ponga en marcha un plan de esa naturaleza, la escuela rural se verá desbordada por la profundidad y extensión de los problemas que la rodean e imposibilitada de cumplir sus objetivos primarios”. 3
El Hogar Cooperativo
La intensa relación existente entre los maestros del Interior y el Equipo del ICER llevó a ampliar actividades, creándose a mediados de los años sesenta el Sector Hogar Cooperativo. En la sede del Instituto en el Prado, cedida –repito- a título precario, se alojaban los maestros rurales que tenían que venir a Montevideo a realizar gestiones y muchos de los que concurrían a los cursos de verano del ICER. Era un sector que vitalizaba la institución con la presencia directa de los educadores del Interior y que ofrecía a éstos condiciones muy favorables en sus traslados a la Capital. A cierta altura, sin embargo, la Asociación Magisterial solicitó la devolución de los locales. La Asamblea de Socios decidió entonces adquirir con esos fines una finca en propiedad, lo que requirió que el ICER tramitara su personería jurídica, convirtiéndose nominalmente en la Cooperativa Instituto Cooperario de Educación Rural (CICER). No es necesario entrar en detalles, sino señalar que se realizaron intensas y prolongadas gestiones para lograr la adquisición del nuevo local en las condiciones más ventajosas, comprándose finalmente una finca ubicada en la calle Río Branco, en el centro de Montevideo. En 1974, ya en plena dictadura y estándose en la laboriosa etapa de reparación de dicha vivienda, la Intendencia Municipal de Montevideo dio a la Asociación Magisterial y por consiguiente al ICER el desalojo de la casa del Prado, comenzando en 1975 lo que podríamos llamar etapa de disolución progresiva del ICER. Era inevitable: hubo allanamiento de la fuerzas del orden y vejatorias citaciones a los dirigentes. Parte de los bienes de la institución fueron guardados en custodia por Homero Grillo en su propio domicilio y el 14 de marzo de ese año se remitió a los socios la última circular informándoles de la difícil situación de la entidad, que tuvo que dejar de funcionar.
El ICER, ejemplo de resistencia civil
El resumen de catorce años de labor del ICER es impresionante. Sostenido exclusivamente por sus asociados, que llegaron a ser más de mil, sin recibir subvenciones de ninguna clase, con el apoyo de la FUM y de otras entidades independientes, abarcando directa e indirectamente la totalidad del Interior del país, haciendo uso de una gran diversidad de métodos de trabajo, el ICER mantuvo en los maestros rurales la ilusión por su trabajo y la preocupación por su mejoramiento profesional, en circunstancias en que el Consejo de Primaria había abandonado sus actividades de experimentación y asistencia técnica y no hacía llegar a los educadores más que circulares administrativas. Hasta que la dictadura lo hizo imposible, el ICER materializó lo que años atrás no habíamos tenido tiempo de hacer desde la Sección Educación Rural y constituyó un respuesta elevada, digna y eficiente al maltrato que los malos políticos habían dado a la educación rural, como ya he explicado, a partir de fines de 1960.
Fue una manifestación constructiva de consciente, respetable y respetada resistencia. Y todo ello por la vía del más estricto voluntarismo sin retribuciones salariales de ningún orden.
El ICER contó con sus impulsores de la primera hora (entre los que yo y mi esposa estuvimos durante pocos meses, al salir a Bolivia en agosto de 1961), con su Comisión Asesora del más alto nivel profesional de la época, con la incorporación de jóvenes maestros que comprendieron cuánto podrían beneficiarse actuando cooperativamente. Y, como dice Marita Sugo Montero en Dos décadas en la historia de la Escuela Uruguaya, 4 “ICER tuvo desde su nacimiento hasta su muerte un hombre que trabajó y luchó por ese Instituto más allá de lo imaginable. ICER tuvo a Homero Grillo”.
Ya he hablado de él al reseñar las seis interpelaciones parlamentarias. Repito que en una de ellas, Elsa dijo “Lleno de dignidad y de pobreza, es el maestro rural que admiran todos los maestros rurales del país”.
Habiéndose jubilado en 1961 con motivo de la decisión del Consejo de apartarlo de la Dirección del Instituto Normal Rural, pasó a integrar el Equipo de Trabajo del ICER, convirtiéndose en su animador fundamental, el coordinador de los esfuerzos, el garante de la continuidad y calidad de los servicios, el representante indiscutido de más de mil maestros cooperativistas, sin restringir nunca el carácter participativo de la obra en marcha.
Había sido maestro rural, director durante muchos años de una escuela granja, tal vez la de mayor prestigio del país, luego director del Instituto Normal Rural y, por consiguiente, formador de varias promociones de educadores rurales.
Poder compartir con él debates, ideales y labores, desde la amistad, fue para mí una de mis mejores experiencias humanas y profesionales. Era tan admirable su modestia como su inagotable inventiva. El día en que alguien escriba una tesis sobre el aporte de Grillo a la tecnología rural disfrutaremos de un hermoso libro.
Para el trabajo del Núcleo de la Mina su estímulo, el ejemplo de sus inalterables exigencias éticas y sus contribuciones técnicas fueron importantes. Ha habido un reconocimiento posterior de estos méritos. Hoy la Escuela Nº16, que él dirigiera por tantos años en el departamento de Lavalleja, tiene como nombre Maestro Homero Grillo.
Si he ocupado varios minutos del lector para referirme al ICER y a Homero Grillo ( que no son mencionados en el libro Testimonio… de las Fuerzas Armadas), ello se explica por algo más que mi admiración personal a la obra que cumplieron. Soy – y alguna vez se me ha reprochado- ferviente partidario de que el Estado asuma si no el monopolio de la educación pública, por lo menos el máximo de responsabilidades en la concepción, la organización, la acción y el financiamiento de la misma.
El ICER nació y permaneció fuera de la órbita del Estado, constituyéndose en lo que hoy llamaríamos una organización no gubernamental de carácter cooperativo. Ello se justificaba por las especiales circunstancias en que surgió, al haber renunciado los poderes públicos, como creo haber demostrado a cumplir debidamente sus obligaciones respecto a la escuela del pueblo.
El ICER fue, así, un ejemplo de resistencia civil, un dispositivo técnico por el cual funcionarios públicos actuantes en una red institucional pública, orientaban su labor gracias al trabajo colectivo realizado en una institución privada. La atmósfera de cooperación entre gobierno y magisterio que había predominado en los años cuarenta y cincuenta dejó de existir a principios de los sesenta. Sin que entonces lo supiéramos, el ICER se convirtió así en un movimiento de vanguardia, próximo a los muchos trabajos que más tarde adoptaron en toda América Latina la honrosa denominación de Educación Popular. Como ocurriría bajo la dictadura con otras instituciones, el ICER demostró que, ante determinadas circunstancias, no hay otra manera de servir al interés público que asumir ciertas responsabilidades sociales desde estructuras privadas.
En este razonamiento hay una palabra rectora, mejor dicho, un sentimiento rector: resistencia. Abner Prada lo dijo corto y bien: El ICER era “la expresión de un Movimiento que se resistía a morir y que no entregaba sus banderas”.
Y será alentado por esta prestigiosa palabra, resistencia, que escribiré, en su momento, el capítulo final de este libro.
Notas
1. Castro, Julio, Vieja y nueva educación: el banco fijo y la mesa colectiva, (segunda edición), ICER, Montevideo, 1966.
2. Soler Roca, Miguel, Uruguay, análisis crítico de los programas escolares de 1949, 1957 y 1979, edición del autor, Barcelona, España, 1984.
3. ICER, revista Rumbo Nº 6, mayo de 1964, Montevideo.
4. Sugo Montero de Grillo, Marita, “Instituto Cooperativo de Educación Rural en AA.VV., Dos décadas en la historia de la escuela uruguaya; el testimonio de los protagonistas, Revista de la Educación del Pueblo, Montevideo, 1987
2005/05/01
Trascripción del capitulo IV de la obra de Miguel Soler Roca: “Réplica de un Maestro Agredido”; editorial Trilce, mayo de 2005