Apuntes sobre el pensamiento pedagógico de Homero Grillo

 

Quizá las ideas pedagógicas de Homero Grillo, tomadas en forma aislada, no fueron nuevas.

No obstante es indudable que fue un creador.

Con los aportes de pedagogos, maestros, hombres de ciencia, técnicos, campesinos, obreros, etc. cimentó un estilo de encarar el acto educativo, que juzgamos fue auténticamente propio y original.

Su pensamiento y su hacer  se sustentaron en una ideología precisa, en fines y objetivos claros que convergen  naturalmente en  una metodología personal.

Ordenar el conjunto de las ideas pedagógicas de Homero Grillo en una estructura totalizadora es un emprendimiento  complejo.

Por una parte  Homero Grillo no se detuvo a exponer  su enfoque educativo, sin duda por aquello que señalaba José González Sena  que  “superando la más pura y diáfana modestia pensaba que aquellas cosas que él decía, tenían que ser de otro, no podían ser de él”. (1)  

Por lo demás  escribió poco. Dio muchas charlas pero las grabaciones que de ellas se conservaban  se perdieron  durante  la dictadura.

Para documentarnos hemos recurrido a los artículos que se editaron en el  ICER, a sus ponencias en algunos Congresos de maestros, a apuntes que encontramos en hojas sueltas, papelitos en los que borroneaba a las apuradas y en los que quedó registrado parte de su pensamiento. Hemos recurrido también a  los libros diarios de las escuelas en las que trabajó.

Pero nos hemos basado fundamentalmente en nuestra íntima convivencia, en el compartir cotidiano en nuestro hogar,   en lo mucho que de él aprendimos a través de los permanentes intercambios de ideas, en nuestros entendimientos y en nuestras discrepancias.

Educar para formar Hombres

Homero Grillo partía en su hacer de una base muy sólida: tenía muy claro para qué educaba.  Educaba para formar Hombres.

Esta meta aparece permanentemente en sus escritos, en sus charlas, en sus clases, en sus conversaciones sobre la carrera docente. Y es una constante desde sus primeros años de labor hasta sus últimos días, cuando conversaba con jóvenes maestros que recién se iniciaban.

Muchas veces se le objetó  que hablar de “formar Hombres” era una meta imprecisa, inalcanzable, utópica; que era imposible concretar un concepto tan vasto y tan inasible como el de “Hombre”.

Homero Grillo no era dado a abstraerse  en discusiones filosóficas. No desdeñaba a quienes  lo hacían pero prefería centrarse en la realidad que estaba frente a sí, que le requería, que le interpelaba y le exigía actuar. Ciertamente tenemos sobrados elementos  como para decir que fue “un hombre de pensamiento” y “un hombre de acción” que son, al decir de Vaz Ferreira, los “de  mucha más acción”.

Actuaba siempre  para seres concretos, insertos en contextos  bien definidos y viviendo en un tiempo bien preciso.

Trabajaba para sus niños, sus vecinos, su zona, su época.  Pero sin quedarse allí, ayudando con total entrega y convencimiento en la construcción de un futuro “bello y venturoso” que estaba en sus sueños y era el motor de su quehacer.

Sin entrar en disquisiciones filosóficas Homero Grillo hablaba de “formar Hombres” con total convencimiento quizá porque su vida toda fue un ejercicio permanente del más puro  humanismo.

Desarrollar el potencial del ser humano

Él  aludía a despertar y alimentar en los alumnos aquellas cualidades que constituyen el potencial exclusivo de la especie humana; el mostrar y cultivar los valores que son propios del hombre en tanto hombre, prescindiendo de toda imposición exterior de carácter filosófico, religioso o político. Esas influencias podían fortalecer o debilitar el venero formidable que atesora  todo ser humano.  

Cultivar el  respeto más que la tolerancia

Por eso mismo Homero Grillo  siempre cultivó el respeto más que la tolerancia, por cuanto se reconocía   dueño  solamente de su verdad que no tenía por qué ser la de sus  semejantes.

Entendía la existencia como un desafío permanente frente al que el hombre debe dar lo máximo de sí, con la mira puesta en el otro y a través del otro en la humanidad toda.

Para él, el simple hecho de vivir implicaba responsabilidad. No concebía pasar por la vida como espectador o pensando en sí mismo exclusivamente. Al irnos debíamos dejar algo, aportar algo por pequeño que fuera, para enriquecer el legado que recibimos de quienes nos precedieron.

El  Hombre   es  naturalmente  bueno

Para Homero Grillo el Hombre era  naturalmente bueno e impulsaba a investigar las circunstancias que podían hacer que esa cualidad esencial se debilitara, se corrompiera o se perdiera. Permanentemente defendió y practicó una educación “compensadora de déficit”  como lo establecía el Programa de Escuelas Rurales de 1949.  Entendía que esos déficit propiciaban, las más de las veces,  el que el  ser humano perdiera de vista un valor que le es propio: la Bondad.

Esas convicciones  integraban el cerno de su  ser.

Cultivar el cerebro, la mano y el corazón

Apegado a los lineamientos del Programa para Escuelas Rurales, compartiéndolos plenamente, insistía en que el maestro, al cumplir su labor, debía procurar cultivar “el cerebro, la mano y el corazón” de sus alumnos al tiempo de hacerlo también el mismo docente.

Fue una persona inquieta y observadora que se cultivó hasta el último momento de su vida, que tuvo manos hábiles y una rica sensibilidad.

En el Instituto Normal Rural, siendo su director, procuró trasmitir a los becarios  un modo de ser educador tal como él lo concebía y lo practicaba.

 “Debo”  “Quiero”   “Puedo”

Hablaba permanentemente del “debo, quiero, puedo”. Quizá la intención que encierra la conjunción de estas tres palabras también resulte polémica. Hoy más que en el tiempo en el que vivió Homero Grillo.

Para quienes lo conocimos y aprendimos de él, nos resulta algo totalmente coherente con su postura ante la vida y con su modo de actuar en todo momento.

El “debo” no implicaba sojuzgamiento a ninguna imposición externa. Ese “debo” emanaba del interior de sí mismo y  era un compromiso ante sí mismo. De ahí surgía el “puedo”, como reconocimiento de que somos capaces de alcanzar lo que nos proponemos libremente y el “quiero” era una consecuencia de la disposición que conlleva el saber con certeza el rumbo que decidimos tomar, la meta que procuramos alcanzar, la obra que hemos elegido construir.

Por eso la alegría fue tónica permanente en la labor de Homero Grillo.   Y lo fue también el no sentirse solo, el  vivir constantemente la certeza de estar con el otro.

Formar Hombres, ese era su fin primero, lo repetimos.

De ese fin primero al que apuntaba su labor emanaban una serie de principios que actuaban como un sólido fundamento para encarar el acto educativo con un estilo propio  y  con total coherencia.

Estos principios referían al  maestro como responsable del ejercicio de la docencia;  al niño como material “precioso”  con el  que trabajaba el maestro;  a la Escuela como institución delegada por la sociedad para trasmitir y acrecentar su acervo cultural y  al acto educativo que se debía llevar adelante en un medio y un tiempo determinados.

 El privilegio de ser Maestro

Para Homero Grillo ejercer  la docencia era un privilegio y como tal había que vivirlo.

Por ser un privilegio, el ser maestro implicaba una grandísima responsabilidad. Esta responsabilidad  comprometía al docente como profesional  y  como persona en forma indivisible.

Este compromiso se contraía al obtener el diploma pero    el mero hecho de tener un diploma no implicaba forzosamente que tal compromiso se cumpliera. Era preciso tomar conciencia, “estar en tensión”, como solía repetir.

El título  permitía el acceso a la docencia pero la calidad de maestro era preciso construirla a través de un proceso constante de autoformación.   Homero Grillo insistía machaconamente en la necesidad de que el maestro fuera un autodidacta. Y hacía hincapié en que esta exigencia no se agotaba en lo técnico sino que  comprendía fundamentalmente  la voluntad de hacerse persona.

El maestro debía estar bien preparado para encarar su trabajo y  en permanente estado de alerta para aprender de cuantos le pudieran brindar una enseñanza. El estar atento, “en tensión” ante lo grande y lo pequeño del día a día era una exigencia ineludible. Su formación no concluía nunca y debía tener la humildad de reconocerlo.

El Maestro debe se humilde y auténtico

La docencia entrañaba humildad.

Pero había más, esa “tensión”  que formaba parte esencial de las actitudes de un docente tenía que estar dirigida en forma prioritaria a construirse día a día, a ser mejor, a acercarse a nuestra calidad de Hombres.

Hablaba entonces de la necesidad de “ser auténtico”; dejar de lado las fachadas que pueden resultar atrayentes y conquistar simpatías y hasta admiración en quienes nos rodean, muy particularmente los vecinos, pero que no resisten los embates del tiempo y las circunstancias.  Aceptar que esto somos,  así pensamos, así sentimos. Solamente siendo auténticos ayudaremos a nuestros alumnos a ser también seres auténticos.

Como consecuencia lógica del ser auténtico Homero Grillo volvía a la necesidad de respetar. Respetarse a sí mismo y  respetar al prójimo, particularmente al niño, aún cuando piense y sienta en forma diferente a la nuestra. Solamente respetándose y respetando al otro podíamos crecer y ayudar a crecer, solamente desde esa postura podíamos educar.

 Mostrar  caminos

El educar consistía para Homero Grillo en “mostrar caminos” y “armar” al educando para hacer su elección libremente y poder recorrer esos caminos propios, fueran cuales fueran, aprendiendo,  enriqueciéndose, construyéndose y aportando “su pequeño granito de arena” al bien común.

Finalmente, y sin duda olvidaremos algunas de las características que Homero Grillo destacaba como básicas en un maestro, estaba el ejercicio  de la libertad. Él hablaba de “libertad con orden” haciendo hincapié  en que el ejercicio de la libertad lleva implícito el ejercicio del respeto.

Esta libertad  había de trabajarse en lo más íntimo de nosotros mismos, a partir del autoconocimiento, en nuestra relación con los otros y consecuentemente en el alentar  en  quienes nos rodean, particularmente nuestros alumnos, a su constante conquista.

(1) Carta de José González Sena a Carolina Sosa

Marita Sugo Montero de Grillo
2011/08/26

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