Nuevamente me cabe el inmerecido honor de referirme públicamente al Instituto Normal Rural.
Digo nuevamente pues a fines de 1986, con motivo de programarse por la Revista de la Educación del Pueblo una publicación, que luego apareció con el título “Dos décadas en la historia de la Escuela uruguaya”, la querida profesora Yolanda Vallarino y el maestro Miguel Soler me plantearon que como exalumna del Instituto Normal Rural diera mi testimonio.
En esta evocación del Maestro Grillo debía estar con su recuerdo alguien que convivió la experiencia de Cruz de los Caminos. En ambas situaciones consideré que no era yo la persona más indicada ya que la responsabilidad asignada supera un tanto las posibilidades personales.
Hoy aquí, en mi lugar, debía estar el maestro José María Vera. Pero el destino nos jugó una mala pasada y José María no está físicamente con nosotros.
También pudo ser la secretaria y profesora de aquel Instituto, Ana María Angione quien con su proverbial calidez rememorara aquella realización. Pero me han designado, vamos a tratar de entrar en el tema.
Primer encuentro con Homero Grillo
Comenzaré evocando mi primer encuentro con el Maestro Grillo. Fue en abril de 1960.
Habiendo sido seleccionada junto a otros dos maestros por la Inspección de Treinta y Tres, como maestra becaria para realizar el Curso regular del Instituto Normal Rural, viajé hasta Montevideo y de aquí a Cruz de los Caminos, kilómetro 40 de la ruta 7.
Era un día domingo. Esperando los distintos turnos de ómnibus en la propia gran entrada sobre la carretera estaba aquel maestro alto, delgado, rubio, de hermosos ojos celestes, reflejando a primera vista su sencillez, humildad, su talento, su consubstanciación con la tarea asignada. Él era el Director.
Llegábamos en tandas los becarios esa tarde del día domingo pues el lunes muy temprano comenzarían los cursos. Él nos esperaba, nos recibía ahí, in situ, sin protocolo, sin intermediarios, él nos ayudaba a transportar los equipajes, él nos acompañaba hasta el enorme edificio que sobresalía en medio del campo y ya iba conociendo procedencias, el nombre de cada uno, dando a conocer detalles del local, haciéndonos sentir en nuestra propia casa.
Así era Grillo, sencillo, llano, saturado de urgencias que bullían en sus ojos de mirar dulce, en su frente descubierta, en su hablar bajito, llevando al interlocutor a aguzar mucho su atención para oírle, siempre con algo entre manos, con algo que hacer, pero un quehacer compartido, siempre embarcado en empresas colectivas, apostando al hacer con los demás y por los demás.
Y desde aquel primer encuentro de 1960 hasta sus últimos días no encontré contradicciones en su persona de apariencia física débil por un lado, de gran fortaleza por otro. Fortaleza que se apreciaba en su constancia, en su perseverancia, en creer con ahínco y empecinamiento en el trabajo educativo, en no guardar para sí su extraordinario conocimiento de los hombres y las cosas de nuestra tierra, en amar la naturaleza, en saber descubrir en ella sus encantos y sus peligros, en luchar por conservarla y mejorarla sin destruirla, en enfrentarla aplicando todo el conocimiento mitad científico, mitad empírico.
Grillo en acción
Desde 1960 vi al Grillo trabajador rural, arando, carpiendo, podando; al Grillo constructor en el sentido material, construyendo porquerizas, apiarios, conejeras, canchas de voleibol, de basketball; al Grillo constructor de esperanzas en los jóvenes campesinos, en los jóvenes estudiantes de magisterio o de agronomía o aún en los agrónomos ya graduados que se asombraban de sus conocimientos agronómicos de carácter científico o referidos a temas del dominio del hombre de campo como podían ser los pelos de los caballos o las distintas especies del monte indígena.
Vi al Grillo poseedor de una profunda preocupación por la suerte del ser humano. Nunca lo encontré ajeno a la suerte de alguien a quien él conociera.
Así lo vimos en el Instituto Normal Rural, aplicando la misma vara al maestro becario, a los funcionarios del Instituto de cualquier jerarquía, a sus compañeros del equipo de trabajo: Ana María Angione, Weyler Moreno, José González Sena, Mariana de Melo, Zulema Nocedo, Blanca Izquierdo y otros, siendo más que con ninguno con él mismo exigente al máximo dando el ejemplo de integración a un equipo, valorizando el nosotros por encima del yo.
Grillo en el ICER
Así lo siguió haciendo con posterioridad a 1960 desde el Instituto Cooperativo de Educación Rural (ICER) poniendo en marcha junto al equipo asesor y equipo de trabajo con Julio Castro, Abner Prada, Yolanda Vallarino, Miguel Soler, Nelly Counago de Soler, Enrique Bráyer, Wanda Da Silveira de Prada, proyectos tales como el sector de Trámites y Suministros, Audiciones Radiales, Publicaciones, Cursillos y Jornadas. Luego desde el ICER también el Grupo de Estudios de Perfeccionamiento que permitió a decenas de maestros del Interior seguir los cursos que se dictaban aquí en Montevideo en el Instituto Magisterial Superior.
Su incansable accionar en pos de un Hogar Cooperativo en Montevideo, para los maestros del interior, habiéndose realizado la permuta a que hacía alusión la Sra. Directora de un terreno a la altura del kilómetro 16 de camino Maldonado, propiedad del ICER, por unas viejas casonas del Consejo de Primaria. Lamentablemente por las adversas circunstancias institucionales vividas por el país en la década del 70, nunca llegó a entregarse completamente aquella vieja casona para darle el destino que Grillo soñaba siendo ésta una de las tantas deudas que tenemos con él quienes fuimos sus discípulos y compañeros.
Grillo en la dictadura
Y qué decir del Grillo sufriente en aquellos negros años, siguiendo las vicisitudes de todos, amenazado y en dificultades pero firme en su permanencia en el país, optimista en que la negra noche dejaría paso a un mejor amanecer.
Tal vez me he alejado un tanto del tema asignado pero evocar a Grillo tiene tan vastos alcances que es difícil circunscribirse a un punto.
El Instituto Normal Rural
Volviendo al Instituto Normal Rural quisiera brevemente incursionar en dos aspectos, por un lado lo que significaba en lo personal el pasaje por aquel Instituto y luego lo que significaba en lo profesional.
Muchas experiencias educativas dejan sedimento en las personas que de ellas participan pero cuando se da una convivencia a tiempo completo, un régimen de internado, creo que hay una valoración especial. En el Instituto se vivía, se dormía, surgían encuentros y desencuentros personales.
Había una atención integral de las necesidades personales y grupales. Estaba previsto un lógico uso del tiempo con un horario de clases que se cumplía disciplinadamente. Trabajos prácticos en el propio Instituto o en escuelas de la zona, elaboración y realización de proyectos con jóvenes y vecinos en general que se cumplían en las áreas de recreación, salud, actividades del hogar, actividades agronómicas.
Pero también había tiempo para el ocio, actividades de teatro, títeres, danza, canto, uso de la biblioteca, juegos de salón, prácticas de deportes, voleibol, basketball.
En lo profesional fue un año de estudio intenso, trabajo de elaboración teórica y realización práctica, respondiendo a los grandes principios de la Educación Rural. Se veía la tarea del maestro rural como una contribución inexcusable a la suerte de la comunidad rural como un todo. Si la escuela es la casa del pueblo como lo dice el programa de 1949, el maestro es un hombre de pueblo llamado por su profesión a estimular las fuerzas grandes o pequeñas de ese pueblo.
La educación es entendida entre nosotros como un compromiso integral con las necesidades del hombre, como una capacidad polivalente para enfrentar todos los problemas, con vistas a la integración individual y a la integración social.
El Programa y las Actividades en el Instituto Normal Rural
Por eso la multiplicidad de trabajos que en el Instituto se abordaban bajo la conducción de cada uno de los profesores especializados. El programa del Instituto se integraba por asignaturas que giraban en las áreas de Investigación social, Problemas sociales, Sociología rural, Sociología de la Educación, Actividades agronómicas, Didáctica, Producción y uso de materiales audiovisuales, Educación para el hogar, Educación para la salud, Talleres de manualidades, Educación estética, Teatro, Canto, Folclore, Educación física.
Al estudio por separado de cada asignatura le seguía un inmediato proceso integrador. Así se generaba la multiplicidad de actividades a que aludía anteriormente, algunas de las cuales levantaban resistencia de los maestros becarios hasta que se interpretaba el por qué de su inclusión en un programa de formación de postgrado.
Y entre ellas las actividades que sugería Grillo, la Agronomía articulada con la Didáctica suponiendo la utilización de elementos del medio natural al estilo de lo preconizado por don Agustín Ferreiro, el aprender haciendo de la escuela pragmática.
Recuerdo referido a esto alguna anécdota. En el Instituto no se encontraban las cosas hechas, se hacían aplicando y extrayendo todo tipo de conocimientos.
En nuestro Curso nos tocó entre otros proyectos la construcción de una porqueriza. Una compañera llegada no sé con qué expectativas, se sustraía, se resistía a participar de las tareas. Mientras su equipo manejaba niveles, piolines, palas, carretillas, ella permanecía las primeras jornadas sentada en la escalinata mirando con saudade hacia la carretera, con sus ruleros muy bien colocados, pintando sus uñas.
A solicitud del equipo, Grillo tuvo sus conversaciones privadas con la compañera quien al influjo de su poder de convocatoria se sintió interesada por aproximarse a ver qué se hacía y llegó hasta experimentar en colocar bloques o constatar la verticalidad de los muros.
Otra compañera, también afecta a conservar su peinado impecable, iba con ruleros a vacunar gallinas. Era época de ruleros como ven, si hay gente joven acá.
Desconozco qué se hace actualmente en cuanto a formación del docente que ejerce en el medio rural.
Pero como partícipe de aquella experiencia, puedo afirmar que era una respuesta integrada, orgánica, a los requerimientos de formación del docente rural, respuesta que tenía por un lado una gran riqueza por la amplitud de los aportes que cada uno, formal o informalmente, daba y recibía y por otro lado un carácter participativo por la integración de profesores, alumnos y vecinos.
Estoy convencida de que en un altísimo porcentaje los maestros que realizamos estos cursos volvíamos a trabajar en escuelas rurales, comprometidos con una acción educativa integral, con un impulso que nos exigía ser más para dar más. En buena medida es legítimo atribuir ese impulso a la personalidad del Director del Instituto Homero Grillo, y a su peculiar manera de orientarlo siempre en actitud sugeridora, estimulante y fraternal, jamás con autoritarismo.
Su modestia era tan grande como su experiencia, como su auténtica autoridad moral y su capacidad de aglutinar el esfuerzo de todos. Por eso Grillo siempre está presente en quienes trabajamos junto a él en ese gran puñado de cosas que supo enseñar y que usamos cotidianamente aún estando fuera de la escuela, porque son, como Grillo decía, cosas que tienen que ver con la inteligencia, con el alma y con las manos.
1990/12/11