¡Ya no está allí!
Nos habían anunciado, ya hace tiempo, que lo llevarían. Pero pasaron años y ya creíamos que lo dejarían aquí. Sentíamos realmente cariño por el viejo molino que un día no permitieron ya funcionar. Y aunque ya habíamos experimentado la tristeza de verlo en la inacción, descabezado, reducido a un objeto decorativo en nuestro jardín, el solo anuncio de que había llegado el momento de llevarlo, nos produjo dolor.
En esta casa donde vivimos tantos años y donde nos encariñamos con todo lo que nos rodea, como si todo tuviera vida, no podía dejarnos indiferente el retiro de ese molino, viejo amigo, junto al cual vimos jugar a tantos niños; ese molino al que furtivamente, subían los más guapos con el ansia de ganar altura; ese molino al que se acercaban los muchachos, con delicia, en el verano, cuando el tanque rebosante, les deparaba el frescor de una lluvia; ese molino al que subía Don Ángel con tanta agilidad, cuando en sus años mozos llegaba hasta la rueda, mientras nosotros nos tapábamos los ojos siempre con el temor de verlo caer.
No podíamos permanecer indiferentes ante los golpes despiadados sobre la glicina. Aquellos troncos aferrados a la torre no querían desprenderse y el verde follaje que la cubría fue cayendo poco a poco para convertirse en una pobre cosa muerta.
Fue primero la cúspide, luego un tramo y otro tramo, y al fin cayó la base quedando reducida la torre a un simple montón de hierros.
Pero no todo había de ser disgusto. Contemplábamos con admiración el trabajo entusiasta de quien dirigía las maniobras reservándose para sí la labor más penosa. Y mayor fue la admiración cuando al terminar el trabajo nos presentaron al experto, arriesgado, al hábil director de la dificultosa tarea de desarmar el viejo molino. Era un maestro, el director de una Escuela Granja, el Sr. Homero Grillo.
Lo vimos trabajar con la habilidad, con la maestría de un obrero; lo oímos hablar con su palabra entusiasta de educador animado de gran vocación; y fue desapareciendo nuestro disgusto. Un sentimiento de íntima satisfacción nació en el fondo del alma. Porque la torre de nuestro molino se levantará en una escuela, allá en Solís, en el departamento de Lavalleja. Y de nuevo habrá niños que la asociarán a sus juegos; de nuevo volverá para ella el estremecimiento del trabajo; y le deberá su frescura el regadío; florecerá más el jardín, aumentará la producción de la huerta. Todo eso en una escuela, en un ambiente admirable de labor, con un director cuyo dinamismo y capacidad de trabajo pudimos comprobar.
¿Qué suerte mejor pudo encontrar muestro viejo molino?